Un pequeño relato (1)

Hace años que tengo esto guardado, lo escribi cuando aun no habia estudiado filosofía, quizás por inquietud o porque realmente en mi se forjaba el alma de una escritora. Este es uno de los escritos que expondre para compartirlo con todos ustedes. Me es imposible datarlo, pero sé que más o menos tendría 10 años. Y con él quiero dar fé de que en este blog, las palabras no se las lleva el viento.

La nada siempre fue algo

Aunque la mentalidad de un adulto y de un niño siempre fuera diferente, nunca se justificó ya que podrían pensar igual.

Un día andando Ruben encontró una hermosa canica, pero algo tenía de especial, era cuadrada. Siempre le gustaron las canicas y su primo Luis, le enseñó a jugar muy bien.

Entonces se fué a su casa y se puso a dormir la siesta; de pronto algo ocurrió. La canica salió de su bolsillo y se colocó en su frente y él empezó a soñar que no era nadie, que le perseguían, que huía de alguien y que andaba vagabundo. Entonces se vió a si mismo envuelto en una especie de nada, con 28 ó 30 años de edad y tenía una berruga en el ojo, aquello era horrible. Intentó despertarse pero en ese momento se convirtió en un hombre de 79 años arrugado y flaco. Que no sabía que hacer para morirse, que canturreaba por las calles borracho y bailaba el bacalao. Sólo sabía una cosa que debía seguir caminando.

Ruben muy asustado intento gritar, pero no salía ningun gemido de su boca, estaba atrapado en su sueño, en una especie de nada diabólica. Intentaba salir, pero algo le sujetaba. Era un niño y tenía en ese momento la mentalidad de un adulto. Corría y corría y el camino se le hacía más largo. Echaba sangre por las manos, no se sentía las piernas, tenía algo verde dentro de su boca que le repugnaba. La canica cada vez se hacía más redonda e intentaba llegar al corazón y asi matar al niño. Las nubes se grisaron y el sol desapareció, en el sueño vió cuervos, enviados de la muerte, que le agarraban de los pelos con sus pies ganchudos. De pronto la canica paró en su corazón, tomó forma redonda y dentro quedó la gota de sangre que le sirvió de señal para que el niño muriera en el sueño y nunca volviera a despertar.

Envuelto en la nada invisible ya no podría jugar nunca más, porque por culpa de una canica ya muerto está.

Y el niño en el sueño pensó "Estoy atrapado en la nada, no puede ser, la nada siempre fue algo" Solto lágrimas sangrientas y corrió a una luz poderosa que lo llamaba con dulzura, alguien amistoso que lo iba a guiar a la luz de la salvación, su angel de la guarda que lo llamaba desde la luz. corrió hacia ella, corrío, no llegaba, la luz se perdía, debía encontrarla o sino sería un alma triste. Desde donde estaba vió a su madre llorar, diciendo "hijo mio, hijo mio ¿no puedes decirme mami querida otra vez?¿no puedes escucharme que toda la vida sin ti sería cruel?, hijo hablame"

Ruben lloraba sangre de vida. Quería llegar otra vez a la vida, se murió y debía seguir seguir viviendo. De pronto algo lo agarro con sus brazos calidos, era un alma viva, era su madre llorando que le dijo otra vez "Hijo, tu lo sabes muy bien, yo siempre te querre, que yo te ayudaré, hijo no me abandones por favor". El niño empezó a gritar "mami, mami, quiero correr a la luz y no puedo verla, quiero llegar a ti, esperame mami"

De pronto el niño despertó y vió que había un montón de gente a su alrededor y su madre le dijo con dulzura:

- Estas otra vez aquí
- Tube una pesadilla, pensé que moría, que algo me agarraba, que tu llorabas
- Hijo mio, menos mal que has vuelto. Te creí muerto en el sueño y que nunca volverías. Oh hijo mío!
- Mami, yo creo que la nada siempre fue algo, yo lo justifico, estuve atrapado en ella y pase miedo
- No tengas miedo, mami está aquí y no te dejará sólo, no llores más mi cielo
- Tú me llamastes, o sino hubiera muerto
- ¿Qué es esto hijo? una canica con una gota de sangre dentro ¿Pero para qué sirve?
- Tírala! me trajo todo este miedo, esa gota es de mi corazón, tírala por favor
- Deacuerdo hijo y ya te levantas, que estos medicos te tomarán la tensión.

por María Isabel Quintana Guillén